Lunes, 10 de Abril de 2017 (continuación)
En menos de media hora llegamos al Palacio de Catalina, en Tsarkoye Selo (Pushkin).
En la entrada hay un mercadillo, del que llevamos apuntado que tiene buenos precios, y que veremos a la salida.
Al igual que pasó con Peterhof, el palacio fue también destruido al final de la segunda guerra mundial (al retirarse los alemanes tras el sitio de Leningrado). Sólo quedaron las paredes externas. Esta vez al menos lo sabía...
Los interiores son una reproducción bastante fiel del original palacio que la zarina Catalina I (la mujer de Pedro el Grande) mandó construir en el siglo XVIII como residencia de verano (la de invierno es el ahora Hermitage).
No me esperaba la cola para entrar, de casi una hora. Por cierto que los rusos son bastante confiados a la hora de hacer colas: se colocan, pero sin mantener una distribución en forma de hilera, pero sabiendo perfectamente quién va delante y quién va detrás de ellos. ¿Qué ocurre? Que Rusia está tomada, turísticamente, por cientos de chinos. Que no son el modelo a seguir en cuanto a respetar colas se refiere. Paciencia, mucha paciencia, y muchas miradas de odio.
Nada más entrar, realizamos el ritual que empieza a ser habitual en estos lugares: sacar ticket, ir al ropero a dejar abrigos y mochilas grandes, ponerse los patucos protectores, y preguntar a alguna vigilante rusa (que son todas mujeres, y, lo que ya he dicho: hay una por sala) que por dónde se empieza el tour.
En este caso, se empieza por una escalera de mármol enorme, que me recuerda algo a la del Palacio Yusupov, pero que es más grande y en la que los techos son mucho más altos.
A partir de allí... nunca, y mira que es el tercer palacio ya, había visto tanto dorado junto. Ni en los palacios de Francia, de verdad.
En algunas sala además se encontraban expuestos diferentes trajes de la época: simplemente preciosos.
Pasamos por un par de comedores, con la mesa preparada para la comida o cena...
... y por un sinfín de habitaciones más.
Llegamos por fin al famoso salón de ámbar, único lugar del palacio donde no se pueden hacer fotos... y todo el mundo hace, aun sabiendo que tras el "click" del obturador, la vigilante rusa vendrá tras de ti voceándote "NO PHOTOS!".
Una curiosidad, que aún no entiendo muy bien el motivo de su existencia, es la habitación "de los retratos" que hemos visto en cada palacio. ¿Para qué? ¿Por qué?
El palacio es muy grande, precioso, y mucho más recomendable que Peterhof, sin lugar a dudas.
También tiene jardines, como podéis ver en el siguiente plano, por los que paseamos un poco.
Hay otras construcciones, no visitables por dentro, pero bonitas por fuera.
Para volver a San Petersburgo (ya que acordamos que el coche no nos esperara; aumentaba bastante el precio), desandamos nuestros pasos por el mercadillo y en el último puesto, aunque llevaba el gps en el móvil (maps.me, merece la pena la aplicación), pregunté dónde estaba la parada de buses para ir a la estación.
Es, saliendo del mercadillo, a la derecha, y la segunda calle a la izquierda. Ahí hay una parada de bus, y todos los trescientos os llevan hasta la parada del tren. Por cierto que también paran matrushkas, al menos la que llevaba a Kupchino (parada de metro desde la que se puede llegar a San Petersburgo).
He de puntualizar que ninguno de los buses que tenía apuntados paraban allí... pero, casualidades maravillosas de la vida y los viajes, una de las dos personas que esperaban el bus tendría mi edad y hablaba inglés. E iba a la estación de trenes.
Pero no acaba aquí la buena suerte. Al bajar en la estación, nos preguntó si sabíamos dónde se compraban los billetes de tren. Dije que suponía que en el edificio de la estación... pero no. Hay que ir hacia la derecha del edificio, cruzar las vías (aun con la barrera bajada, medio Pushkin cruzándolas), y en un contenedor metálico al lado del andén, los venden.
Más casualidades, el tren a San Petersburgo pasa en 3 minutos. Y esta chica también va a la ciudad.
¿En qué se tradujo esto? En un agradable intercambio de impresiones sobre Rusia en general, San Petersburgo en particular (ella no es de aquí), turismo, y todos los temas que nos dieron de sí los 30 minutos de tren.
Que, por cierto. Menudo tren. Viejo a más no poder... pero al fin y al cabo, rápido y sin atascos.
Mañana tenemos un nuevo cambio de planes: íbamos a quedarnos en el apartamento hasta las 21, hora a la que nos dirigiríamos a la estación de trenes, pero no va a ser posible por la llegada de los nuevos huéspedes. Tendremos que dejar el apartamento a las 12, y hasta las 23:55 no sale nuestro tren...
Lo que recuerdo siempre: un like, y, si ya lo has hecho, comparte con tus amigos. ¡Ya que no tenemos oro, tenemos likes!
En menos de media hora llegamos al Palacio de Catalina, en Tsarkoye Selo (Pushkin).
En la entrada hay un mercadillo, del que llevamos apuntado que tiene buenos precios, y que veremos a la salida.
Al igual que pasó con Peterhof, el palacio fue también destruido al final de la segunda guerra mundial (al retirarse los alemanes tras el sitio de Leningrado). Sólo quedaron las paredes externas. Esta vez al menos lo sabía...
Los interiores son una reproducción bastante fiel del original palacio que la zarina Catalina I (la mujer de Pedro el Grande) mandó construir en el siglo XVIII como residencia de verano (la de invierno es el ahora Hermitage).
No me esperaba la cola para entrar, de casi una hora. Por cierto que los rusos son bastante confiados a la hora de hacer colas: se colocan, pero sin mantener una distribución en forma de hilera, pero sabiendo perfectamente quién va delante y quién va detrás de ellos. ¿Qué ocurre? Que Rusia está tomada, turísticamente, por cientos de chinos. Que no son el modelo a seguir en cuanto a respetar colas se refiere. Paciencia, mucha paciencia, y muchas miradas de odio.
Nada más entrar, realizamos el ritual que empieza a ser habitual en estos lugares: sacar ticket, ir al ropero a dejar abrigos y mochilas grandes, ponerse los patucos protectores, y preguntar a alguna vigilante rusa (que son todas mujeres, y, lo que ya he dicho: hay una por sala) que por dónde se empieza el tour.
En este caso, se empieza por una escalera de mármol enorme, que me recuerda algo a la del Palacio Yusupov, pero que es más grande y en la que los techos son mucho más altos.
A partir de allí... nunca, y mira que es el tercer palacio ya, había visto tanto dorado junto. Ni en los palacios de Francia, de verdad.
En algunas sala además se encontraban expuestos diferentes trajes de la época: simplemente preciosos.
Pasamos por un par de comedores, con la mesa preparada para la comida o cena...
... y por un sinfín de habitaciones más.
Llegamos por fin al famoso salón de ámbar, único lugar del palacio donde no se pueden hacer fotos... y todo el mundo hace, aun sabiendo que tras el "click" del obturador, la vigilante rusa vendrá tras de ti voceándote "NO PHOTOS!".
Una curiosidad, que aún no entiendo muy bien el motivo de su existencia, es la habitación "de los retratos" que hemos visto en cada palacio. ¿Para qué? ¿Por qué?
El palacio es muy grande, precioso, y mucho más recomendable que Peterhof, sin lugar a dudas.
También tiene jardines, como podéis ver en el siguiente plano, por los que paseamos un poco.
Hay otras construcciones, no visitables por dentro, pero bonitas por fuera.
Para volver a San Petersburgo (ya que acordamos que el coche no nos esperara; aumentaba bastante el precio), desandamos nuestros pasos por el mercadillo y en el último puesto, aunque llevaba el gps en el móvil (maps.me, merece la pena la aplicación), pregunté dónde estaba la parada de buses para ir a la estación.
Es, saliendo del mercadillo, a la derecha, y la segunda calle a la izquierda. Ahí hay una parada de bus, y todos los trescientos os llevan hasta la parada del tren. Por cierto que también paran matrushkas, al menos la que llevaba a Kupchino (parada de metro desde la que se puede llegar a San Petersburgo).
He de puntualizar que ninguno de los buses que tenía apuntados paraban allí... pero, casualidades maravillosas de la vida y los viajes, una de las dos personas que esperaban el bus tendría mi edad y hablaba inglés. E iba a la estación de trenes.
Pero no acaba aquí la buena suerte. Al bajar en la estación, nos preguntó si sabíamos dónde se compraban los billetes de tren. Dije que suponía que en el edificio de la estación... pero no. Hay que ir hacia la derecha del edificio, cruzar las vías (aun con la barrera bajada, medio Pushkin cruzándolas), y en un contenedor metálico al lado del andén, los venden.
Esto es del interior del palacio de Catalina, no del tren |
Más casualidades, el tren a San Petersburgo pasa en 3 minutos. Y esta chica también va a la ciudad.
¿En qué se tradujo esto? En un agradable intercambio de impresiones sobre Rusia en general, San Petersburgo en particular (ella no es de aquí), turismo, y todos los temas que nos dieron de sí los 30 minutos de tren.
Que, por cierto. Menudo tren. Viejo a más no poder... pero al fin y al cabo, rápido y sin atascos.
Mañana tenemos un nuevo cambio de planes: íbamos a quedarnos en el apartamento hasta las 21, hora a la que nos dirigiríamos a la estación de trenes, pero no va a ser posible por la llegada de los nuevos huéspedes. Tendremos que dejar el apartamento a las 12, y hasta las 23:55 no sale nuestro tren...
Lo que recuerdo siempre: un like, y, si ya lo has hecho, comparte con tus amigos. ¡Ya que no tenemos oro, tenemos likes!
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