El día, (otro más en el que tenemos que hacer lo que no pudimos el día anterior) comienza con miedo: abro la puerta de la caravana tras haberme asegurado, mirando por todas y cada una de las ventanas, si hay vacas, elefantes o a saberse qué en nuestra parcela.
No parece que haya ninguno de estos animalitos por ahí, pero sí uno con una cara de muy pocos amigos que se pasea por el capó de la caravana.
Me entero de ellos mientras friego, al oír un grito de "hay un pájaro que nos ataca la caravana!", y, cuando me giro, veo a Zazú (el del Rey León).
Anda mira, "¡intenta que no rompa nada en lo que cojo la cámara!", contesto.
Una foto es una foto, oye. Y además, apareció otro más en ese rato.
Tardamos una hora en llegar al Damara Living Museum desde Madisa Camp. Aquí en los campings no tienes que hacer checkout ni nada: cuando llega la hora de irte, sales con tu coche sin decir ni adiós.
El Damara Living Museum es un museo viviente (como su propio nombre indica) en el que una serie de actores representan cómo era la vida de la tribu Damara antes (antes de que llegáramos los europeos y colonizáramos sus tierras).
En su web podéis ver los distintos tipos de visitas que ofrecen; nosotros elegimos la que dura una hora y cuesta 90 $N por persona.
En la entrada nos recibió una mujer que nos presentó a quien sería nuestro guía: un muchacho de unos ventipocos años (o eso aparenta), delgaducho pero todo fibra, vestido con una falda de pieles y una corona de plumas en la cabeza.
En su tribu hablan el idioma damara, y lo más curioso son los "clics": esos sonidos que hacen al chascar la lengua contra el paladar y que alternan con nuestros sonidos de letras habituales. En su caso, si la memoria no me falla, tienen cuatro clics diferentes.
La visita consistió en un paseo por las distintas chozas que tienen habilitadas: la de la farmacia, en la que una mujer nos contó (en damara, luego el chico de las plumas nos traducía al inglés todo) la utilidad de varias plantas, raíces y frutos de la zona.
Te los van enseñando y dejando para que veas y huelas... uno de ellos le produjo urticaria a mi compi, y al darnos cuenta (se le llenaron el dorso de las manos de granitos pequeñitos) se las cubrieron con una pasta rojiza para curarlo (spoiler: siguió con esos granitos durante 10 días más...).
Luego fuimos a que nos enseñaran un juego típico, que consiste en mover unas piedras en unos agujeros cavados en el suelo.
También estuvimos con las mujeres que curten las pieles, con el herrero y nos demostraron cómo se puede hacer fuego de manera tradicional.
El broche final lo pusieron danzas típicas, cantadas por ellos mismos.
Primer lugar de Namibia que visitamos sin ir a carreras (al ser visita guiada no podíamos meter prisa) y del que salimos encantados.
Además, con una buena impresión del lugar: ellos están allí porque es su trabajo y les pagan por ello, y además, es una manera de mantener vivo el recuerdo de las tradiciones de los Damara.
Recomendable 100%.
Siguiente visita: los petroglifos de Twyfelfontein.
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No parece que haya ninguno de estos animalitos por ahí, pero sí uno con una cara de muy pocos amigos que se pasea por el capó de la caravana.
Me entero de ellos mientras friego, al oír un grito de "hay un pájaro que nos ataca la caravana!", y, cuando me giro, veo a Zazú (el del Rey León).
Anda mira, "¡intenta que no rompa nada en lo que cojo la cámara!", contesto.
Una foto es una foto, oye. Y además, apareció otro más en ese rato.
"Oooh-oooh-oooh... yooo voy a seeeer, el Rey Leooooon" |
Tardamos una hora en llegar al Damara Living Museum desde Madisa Camp. Aquí en los campings no tienes que hacer checkout ni nada: cuando llega la hora de irte, sales con tu coche sin decir ni adiós.
El Damara Living Museum es un museo viviente (como su propio nombre indica) en el que una serie de actores representan cómo era la vida de la tribu Damara antes (antes de que llegáramos los europeos y colonizáramos sus tierras).
En su web podéis ver los distintos tipos de visitas que ofrecen; nosotros elegimos la que dura una hora y cuesta 90 $N por persona.
En la entrada nos recibió una mujer que nos presentó a quien sería nuestro guía: un muchacho de unos ventipocos años (o eso aparenta), delgaducho pero todo fibra, vestido con una falda de pieles y una corona de plumas en la cabeza.
Nuestro guía de las plumas |
En su tribu hablan el idioma damara, y lo más curioso son los "clics": esos sonidos que hacen al chascar la lengua contra el paladar y que alternan con nuestros sonidos de letras habituales. En su caso, si la memoria no me falla, tienen cuatro clics diferentes.
La visita consistió en un paseo por las distintas chozas que tienen habilitadas: la de la farmacia, en la que una mujer nos contó (en damara, luego el chico de las plumas nos traducía al inglés todo) la utilidad de varias plantas, raíces y frutos de la zona.
La farmacéutica del poblado. Estrés cero. |
Te los van enseñando y dejando para que veas y huelas... uno de ellos le produjo urticaria a mi compi, y al darnos cuenta (se le llenaron el dorso de las manos de granitos pequeñitos) se las cubrieron con una pasta rojiza para curarlo (spoiler: siguió con esos granitos durante 10 días más...).
Luego fuimos a que nos enseñaran un juego típico, que consiste en mover unas piedras en unos agujeros cavados en el suelo.
También estuvimos con las mujeres que curten las pieles, con el herrero y nos demostraron cómo se puede hacer fuego de manera tradicional.
El broche final lo pusieron danzas típicas, cantadas por ellos mismos.
Primer lugar de Namibia que visitamos sin ir a carreras (al ser visita guiada no podíamos meter prisa) y del que salimos encantados.
Además, con una buena impresión del lugar: ellos están allí porque es su trabajo y les pagan por ello, y además, es una manera de mantener vivo el recuerdo de las tradiciones de los Damara.
Recomendable 100%.
Siguiente visita: los petroglifos de Twyfelfontein.
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