Sábado 9 de febrero de 2013:
Marrakech.
Somos las primeras en desayunar en la terraza, bajo un sol que calienta bastante pero con un viento frio, y con vistas del Atlas al fondo. Un desayuno correcto, con diferentes tipos de panes, tortitas recién hechas, zumo de naranja y ¿pomelo?, miel, mermelada y té.
A las 5:55 me ha despertado el
almuecín a voz en grito, recordándome la hora de rezo. Media vuelta para un lado,
media vuelta para otro. A las 7:20 es ya irremediable y estamos arriba,
aunque el desayuno no comience hasta las 9.
Somos las primeras en desayunar en la terraza, bajo un sol que calienta bastante pero con un viento frio, y con vistas del Atlas al fondo. Un desayuno correcto, con diferentes tipos de panes, tortitas recién hechas, zumo de naranja y ¿pomelo?, miel, mermelada y té.
Tras recoger la habitación,
salimos hacia La Koutoubia, una mezquita con el alminar en el que están
basado, por ejemplo, el de la Giralda. Casi 70 metros de alto, el edificio con
más altura de toda la ciudad. Damos unas cuantas vueltas y hacemos unas cuantas
fotos. No se puede entrar (sólo musulmanes, como en todas las mezquitas de la ciudad).
Consultamos el mapa y vemos dónde y por dónde queremos llegar a nuestro siguiente destino. Al final damos vueltas y más vueltas... Quizás por aquí…
o quizás por allí… o espera que nos lo habremos pasado… y mira que está
supuestamente indicado todo. Llegamos a una zaouia (uno de los siete lugares de
peregrinación de la ciudad, donde tienen enterrados huesos de algún “santo”),
la vemos desde fuera. Desandamos el camino, y siguiendo a un par de guiris
llegamos a la madrasa Ben Yousef.
La madrasa es una antigua escuela
coránica, que estuvo en funcionamiento hasta ¿1959? más o menos. Era una
escuela-residencia, con habitaciones austeras para los estudiantes. Muy bonita,
y lo mejor es que se podía visitar por dentro (mezquitas no pero madrasas si). Aquí dimos
un montón de vueltas, era un edificio bastante grande con muchos pasillos
intercomunicados… salimos y fuimos justo al lado, al museo de Marrakech.
Como museo ya sabíamos que no tendría mucho: lo interesante era también el edificio, con una lámpara enorme en medio del salón (era una antigua residencia de alguien adinerado).
Justo enfrente está la qobba
almorávide (un pequeño edificio con una cúpula que data de los almorávides, y es lo
único que queda de esa época), pero aunque la entrada se incluye dentro de la
de la madrasa, estaba cerrado y no pudimos entrar.
Decidimos ir a la plaza
principal, de Djema el Fna para comer. Muy sencillo en el plano, bajar hacia el
sur….. acabamos en el este. En vez de coger la calle hacia abajo cogimos la de
la izquierda, no me explico aún por qué…. Dimos muchas vueltas hasta que
un hombre nos indicó, muy amablemente, el camino correcto. Suelen ser muy pesados, pero hay veces que te encuentras gente muy maja
que lo único que quiere es ayudar desinteresadamente.
Cuando conseguimos llegar, entramos en Chez Chegrouni (un restaurante recomendado) para comer un tajine (recipiente de barro) de kefta (carne). Subimos a la
terraza, con buenas vistas sobre la plaza, y nos sentamos. Al pedir preguntamos
de casualidad que “si pica”. Dice que sí. Bueno…. Pues un tajine de pollo
entonces… muy rico. Con cacahuetes y pasas, y algo amarillo en la cebolla. Muy muy
bueno.
Nos amenizaron la comida una gata
y sus dos gatitos que tendrían dos meses. Juguetones, peleándose debajo de las
mesas, correteando, saltando, intentando alimentarse….
Cuando acabamos pasamos por el
riad a dejar las cosas y a descansar un poco.
Y a las 17 estábamos de nuevo en Djema el Fna, a regatear una calesa para que nos llevara por las murallas hasta
el palmeral, y luego volver. “60 euros”. Pero pero... si nosotros teníamos
pensado empezar regateando en 20!!!!. Al final lo dejamos en 30 (300 dirhams),
porque el recorrido era largo y estaba en nuestro margen de regateo.
Mi primer recorrido en calesa,
yuju! Un medio de transporte más a la lista.
A un ritmo demasiado lento para
lo que esperaba (tanto ver películas y caballos a galope…), salimos de la
medina para recorrer las murallas. Y, empiezo a tener frio. El viento de las montañas se hace notar… vamos recorriendo todo mientras hacemos fotos. Llegamos
al palmeral, pasando por una zona residencial con unas villas en grandes parcelas, estilo arquitectónico árabe.
Llegamos ya al palmeral, paramos,
hacemos un par de fotos. De palmeral tiene…. Bueno, palmeras. Pero… imaginemos
un pinar. Ahora hagamos que el 50% de los pinos no existan, y que el 30% sean
de medio metro de alto. Y cambiemos pinos por palmeras.
Eso es "el palmeral".
Volvimos por otra ruta diferente,
viendo más murallas. Bien tapadas, que hacía frio. Anocheció por el
camino, asi que noche cerrada cuando llegamos a Djema.
La plaza estaba a rebosar, con
muchos corros de gente alrededor de algo de música con tambores y flautas… nos
asomamos a uno de ellos, y había una mujer bailando, parecía que en trance, venga a
mover la cabeza para todos los lados. No sabíamos de qué iba la cosa y nos
fuimos.
Estaban también los famosos
puestos de comida, tipo casetas regionales pero algo más cutre, en la
plaza. Están numerados y vi uno cuyo número era el 117... así que hay muchos.
Y nos habían recomendado el puesto 31…. Nos
metimos por un pasillo para buscarlo hasta que lo encontramos. Unas mesas de
metal puestas en forma de u, con bancos corridos detrás, y en el centro un
carricoche con parrilla y la comida. Nos lanzan un mantel-folio, dos panes
redondos y el menú. Elegimos las minisalchichas y unos pinchos de pollo.
Mientras esperamos, vamos viendo cómo funcionan los puestos callejeros: se cocina todo con las manos. Nada de espátulas o cubiertos de madera. Las salchichas las echó a mano a la sartén, y las sacó a mano de la sartén. El agua (suerte que no pedimos) está almacenada en un barril de plástico. Si alguien quiere un vaso, cogen uno que tienen de plástico blanco, rosa o azul con un asa (estilo años 60), lo meten en el barril para llenarlo, lo sacan y lo sirven. Y al siguiente que pida, pues lo mismo.
Yo dejé de fijarme en detalles cuando vi que un chaval sacaba de una caja un par de panes redondos a los que les faltaba un trocito para dárselos a un autóctono que estaba comiendo (porque, los puestos estaban todos llenos, y de marroquís más que de guiris). Al menos se arrepintió y los volvió a dejar.
Mientras esperamos, vamos viendo cómo funcionan los puestos callejeros: se cocina todo con las manos. Nada de espátulas o cubiertos de madera. Las salchichas las echó a mano a la sartén, y las sacó a mano de la sartén. El agua (suerte que no pedimos) está almacenada en un barril de plástico. Si alguien quiere un vaso, cogen uno que tienen de plástico blanco, rosa o azul con un asa (estilo años 60), lo meten en el barril para llenarlo, lo sacan y lo sirven. Y al siguiente que pida, pues lo mismo.
Yo dejé de fijarme en detalles cuando vi que un chaval sacaba de una caja un par de panes redondos a los que les faltaba un trocito para dárselos a un autóctono que estaba comiendo (porque, los puestos estaban todos llenos, y de marroquís más que de guiris). Al menos se arrepintió y los volvió a dejar.
Lo dicho, que decidí dejar de
mirar para saborear la comida. Riquísima por cierto. Lo que nos sobró además lo
pusimos en los panes, y nos dieron una bolsa para llevarlo.
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