Lunes 15 de Julio de 2013: Mandalay.
Bajamos a desayunar con los amigos que nos encontramos el otro día, y charlando resulta que hoy también se iban a Mandalay
y que se alojan en nuestro mismo hotel. Qué casualidad!
Asi que nos despedimos hasta la tarde (vamos en vuelos diferentes) y a
las 10 viene Cho a buscarnos en la "limusina del plumero".
En cosa de 45 minutos llegamos al aeropuerto de Heho. Es un caseto de
mala muerte, pero bueno. Dejamos las maletas, con el sistema de cartulinas
identificativas y gomas de siempre, y pasamos a una sala más cutre aún pero con
un montón de sillas.
Vi unas 20 veces el anuncio de los noodles picantes (soñaré con él), y
una hora después, y creo que 30 minutos antes de lo previsto, embarcamos en un
avión procedente de Yangón y despegamos.
El vuelo más corto de la historia: montar, despegar, avanzar en la
misma altura 3 minutos, aterrizar. Total, 20 minutos y estamos en el aeropuerto
internacional de Mandalay. Como es internacional, tienen cintas para recoger el
equipaje. Como venimos en vuelo interno y somos 6 personas (si, seis), nos las
traen a pulso.
Nada más salir tenemos un cartel con mi nombre. El hombre habla inglés bastante bien (nos entendemos al menos) y se llama “Cho-chó”. ¡Es Cho al cuadrado!.
Tenemos un cochazo, estilo el de Bagan, y con aire acondicionado. Ha
mejorado mucho.
El aeropuerto está a casi una hora de Mandalay. Lo construyeron hace
10 años o asi, el nuevo está en el centro de la ciudad. Por el camino me cuenta
la historia de que aquí hay mucha bici eléctrica que son las chinas, malas pero
baratas. Y me habla un montón de política: hay elecciones en 2015 y espera que las cosas cambien a mejor.
Me va contando también la visita de las 3 capitales de Mandalay, que
haremos mañana con él, por 40mil kyats. Es algo caro, creemos, pero el coche está
genial… pero merece la pena. Así que tenemos plan para mañana.
Después de acomodarnos en el hotel (Smart Hotel), a las 14, bajamos al BBB, un
restaurante que nos habían recomendado donde hacen unas langostas riquísimas y
baratísimas. Está a 5 min andando, y llegamos y vemos “sorry, we are closed”.
Por reforma me dice un chavalín. Nooooooooooo!! Pues nos vamos al hotel a
comer. Lomo y sardinas, porque no hay na-da para comer en esta calle. Ni en los alrededores cercanos.
Toca reposar la comida y deshacer las maletas. A las seis y media
subimos a la séptima planta, al skybar, que hay free cocktail. Pido uno sin
alcohol yo, y me ponen algo como de pera o manzana o que se yo. Las vistas muy
bonitas, el atardecer precioso.
A las 7 estamos en el hall, que habíamos quedado de nuevo con nuestros amigos para ir a cenar. Vamos jugándonos el tipo.
Hay más motos que coches, y cruzar las avenidas es un acto de fe: mínimo 3 carriles ida y
3 carriles vuelta, si estuvieran pintados, mas el trozo de aparcamiento que
está con chiringuitos de comida. Como la segunda prueba de Indiana Jones y la ultima cruzada, cuando tiene que dar el salto en el
barranco. Tu caminas. Y ya te esquivarán, por delante, por detrás, te
pitan, frenan en seco a medio metro… dios.
A la vuelta del restaurante, con linternas.
Menuda ciudad. Millón y medio
de habitantes y casi ninguna farola. Las canalizaciones de agua van por unos
canales de un metro de ancho, tapados con piedras pero dejando franjas de 10 cm
entre tapa y tapa. Olores aparte, tiene que haber un zoológico ahí dentro.
Hoy no hemos visto nada, pero nos lo hemos pasado muy bien.
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