Lunes 24 de agosto de 2015: Saigon y vuelta a casa.

Por la mañana decidimos gastar los dongs que nos quedan haciendo las últimas compras y algún encargo que nos han hecho.

Para eso vamos al mercado de Ben Tanh, con toda la calma del mundo, donde aparte de ver una megacucaracha y una rata, compramos dos máscaras y un imán por 400.000 dongs (pedían 400.000 por una máscara inicialmente, y no regatean mucho...). 


Mercado de Ben Tanh en Ho Chi Minh

Tras ver la fauna local nos marchamos hacia la zona del hotel para hacer el checkout, y después damos una vuelta y entramos en un par de tiendas donde también picamos algo. 



Decidimos comer en el italiano de ayer, un plato de pasta, qué rico!


Reposamos un poco en la recepción del hotel y cogemos un taxi a Maximark, que se supone que es como un Corte Inglés pero al final resulta ser muy cutre. 

Otro taxi (qué baratos son los taxis y qué momentos de descanso y refresco) a Saigon Square.

A las 17 pasamos por la lavandería y cogemos el taxi para 15 minutos después. Por 160.000 dongs llegamos al aeropuerto (el taxímetro marcaba 140.000), en 35 minutos y bajo un tráfico infernal.




La esperanza es lo último que se pierde, así que teníamos esperanzas de que nos tocara business en alguno de los tres vuelos que teníamos... cosa que al final no ocurrió.


En Abu Dhabi reservamos el hotel Premier Inn International Airport. Tuvimos que pasar los controles de salida, donde no encontramos cola pero la parsimonia con la que ponen el sello en la hoja del pasaporte es algo irritante...

El hotel es caro para lo que ofrece y más estando únicamente 7 horas en él. Pero al menos nos permitió dormir 5 horas y ducharnos tranquilamente.


Y al menos sale más barato que cualquiera de las lounges del aeropuerto...

Los dos últimos aviones, de los trayectos Abu Dhabi - Roma y Roma - Madrid son operados por Alitalia. El primero es del mismo estilo que el de la Etihad, pero el segundo ya es un avión típico, más pequeño, más incómodo, sin pantallas.


Pero después de 21 horas de viaje ya aguantamos el avión que sea.

Nuestras maletas aparecen en la cinta de recogida de equipajes. Casi enteras (lo mio con las maletas es un cúmulo de desgracias). En unas horas estaremos en casa. 

REFLEXIONES

Escribo esto una semana después de haber llegado de viaje y haber respondido bastantes veces a la típica y ya famosa pregunta "y qué tal el viaje?".

No me importa que me lo pregunten. De hecho, me gusta, porque me invita a reflexionar. Aunque en esta ocasión ya lo traía "reflexionado" de Asia.

He tenido mucho tiempo para pensar. Muchas horas de espera, de enfermedad, de aviones y de traslados en los que me he sentido cómoda simplemente pensando sobre el lugar en el que estaba y lo que estaba viviendo. Sin necesidad de hablar, de jugar con el móvil o de ver alguna película en el ordenador.


Camboya enamora. Aun así, Angkor Wat, el primer templo que vimos y "joya de la corona" de Angkor, ha sido lo que menos me ha gustado, en parte por la gran afluencia de turistas que había. No se puede negar que es una construcción asombrosa... pero ha sido en el resto de templos (Bayon por ejemplo) donde he disfrutado de verdad.

He disfrutado de los traslados en tuktuk entre templos, árboles, arrozales y pueblos, por esas bacheadas carreteras de tierra rojiza.

He disfrutado de Angkor en general, de las fotos, de los paisajes, de la gente... pero también de la enorme ciudad de Siem Reap, sus mercadillos, el ambiente turista pero no-guiri, el amok fish, ¡las barras de pan! e incluso los "madam, do you need tuktuk?".

Se me ha quedado corto el tiempo que he estado en Camboya, y esa sensación dice mucho de un país.

Vietnam sin embargo... voy a decir algo que posiblemente mucha gente no esté de acuerdo con ello, pero me parece una gran verdad: de los países del sudeste asiático, Vietnam es probablemente el que menos tiene que ofrecer.


Tiene la bahía de Halong (y Lan Ha), preciosa, y también los alrededores de Ninh Binh, que me dejaron boquiabierta y como ya dije es posiblemente uno de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida.

Las cuevas de Phong Nha en Dong Hoi deben ser espectaculares, según me han contado... pero tampoco excepcionales (no las visitamos).

Hoi An es un pueblo con encanto-turístico. Es bonito, aunque muy descuidado (desconozco por qué no dan una mano de pintura a las fachadas de las casas), y por el día está desierto, supongo que como consecuencia del horrible calor y humedad que hace (hablamos de casi 40 grados con humedad de 100%... incluso los vietnamitas sudaban, y eso dice mucho).

Pero, aparte del puentecito japonés, el mercadillo nocturnos y cientos de sastrerías... no tiene más. Quizás una excursión a las ruinas de My Son, antigua ciudad imperial del reino Cham, que recuerda a Angkor pero que se encuentra casi derruido, podría haber estado bien. Pero después de Angkor... el listón estaba muy alto.

Las montañas de mármol, o al menos la que vimos desde la carretera, no invitaba tampoco a parar. Un ascensor que te sube hasta el templo, en una cueva en una montaña... reconozco que me pilló en plena recuperación de la enfermedad, pero no me arrepiento de habérmelo perdido.

Hanoi es el caos hecho ciudad. Tiene diferentes cosas para ver, quizás tomándoselo con calma dé para un par de días. El teatro de marionetas de agua me pareció original y actividad perfecta para después de comer.


Ho Chi Minh (o Saigón, como la llaman casi todos los vietnamitas) es casi más caos que Hanoi, pero las calles algo más amplias y estructuradas hace que el ambiente sea menos "agobiante", si es que podemos usar esa palabra.

Tiene también cosas para ver; el barrio chino me resultó interesante, por ejemplo. Hay museos, mercadillos, mercados, centros comerciales, edificios de influencia francesa, edificios modernos (la torre Bitexco por ejemplo) y otros que simplemente no sabes cómo aguantan en pie. Pero aun así no hay nada remarcable, nada que llame la atención especialmente. Eso sí, a elegir entre Hanoi y Saigon, me quedo con esta última.

Lo pienso y me atrevería a decir que ha sido precisamente esa falta de sitios extraordinarios la que me ha hecho planteado la posibilidad de vivir momentos extraordinarios. Y no me refiero solo a los buenos, sino también a los malos, y a saber apreciar esos momentos en los que no estás mal, cosa que, al menos yo, no suelo hacer día a día.

Este ha sido un viaje de experiencias. Un viaje de momentos de los que no se pueden fotografiar, sino de los que solo quedan recuerdos.

"¿Volverías?". A Vietnam, no creo. A Camboya... con los ojos cerrados.