Lunes 13 de Agosto de 2018
Somos unos madrugadores natos y a las 9:30 estamos tomando el metro que nos lleva de nuevo hasta la plaza del Duomo (os recuerdo que teníamos un billete para viajar gratis en transporte público durante 24 horas).
Hay una corta cola para subir en el ascensor hasta los tejados. Y el motivo es que el control de acceso vuelve a ser tan exhaustivo como el de ayer. Pero en apenas 10 minutos conseguimos llegar hasta la puerta del ascensor.
Si algo llama la atención del Duomo de Milán son la cantidad de pináculos que lo rodean. Desde abajo se ve que son muchos, pero realmente no se llega a apreciar absolutamente nada más de ellos.
Y por ese motivo merece la pena subir a los tejados: para poder ver de cerca qué esconde cada pináculo, cada gárgola y cada metro de los tejados (vale, quizás me he puesto demasiado poética, no me lo tengáis en cuenta ¿ok?).
La verdad es que hay poco por hacer en Milán (que ya lo dije en el post anterior) así que subir a los tejados de la catedral es una actividad imprescindible no por el tejado sino por la poca oferta de actividades en la ciudad.
Al final tuvimos que hacer más cola para bajar de los tejados (donde estuvimos casi tres cuartos de hora) que para subir.
Y nos llevamos una mayúscula sorpresa cuando resulta que aparecimos en el interior de la catedral (esperábamos salir al exterior y tener que explicar que nos deben dejar entrar para poder acceder a la cripta).
Así que ya que estamos dentro, aprovechamos para dar otra vuelta y hacer mejores fotos que ayer. Hoy no hay ningún acceso cortado en la catedral, y las fotos quedan mucho más vistosas.
Descendemos a la cripta por una estrecha escalera, y ahí visitamos, en el sótano, los restos de la antigua iglesia sobre la cual se edificó el Duomo.
Bueno, sí, es interesante, aunque lo que más me gustó fueron las imágenes que adornan las paredes, sobre el proceso de restauración y descubrimiento de dichas ruinas.
Como nos sobra tiempo, está incluido en el precio de la entrada, y con la esperanza de encontrar un baño sin tener que pagar, salimos de la catedral y nos acercamos al museo del Duomo, que se encuentra en el lateral derecho de la catedral.
A ver. Sí, es interesante. Pero en su interior lo único que se puede encontrar (lo cual además es lógico) es arte sacro, además de una maqueta tamaño gigante del Duomo en madera.
Y baños. Mira, de algo sirvió entrar.
Como son las 12 y no se nos ocurre mucho más que hacer, proponemos acercarnos en metro al barrio del Navigli.
El navigli, con sus dos canales y una dársena, fue el puerto fluvial más importante de Italia en el siglo XIX.
Son canales artificiales, cuya construcción comenzó en el siglo XIV y en cuyo diseño participaron grandes constructores del renacimiento (como Leonardo Da Vinci). Además estos canales se usaron para transportar las enormes piezas de mármol necesarias para poder construir el Duomo.
En fin, que el navigli es una auténtica obra de ingeniería que actualmente no está en uso, pero bien merece la pena un paseo.
Además, caminando por la orilla de uno de los canales, vemos un tranvía antiguo, pero todo decorado por fuera.
Y se nos antoja subir en uno.
Casualmente (aunque poco creo en las casualidades... las cosas son como tienen que ser) hay una parada de tranvía en la que vemos que el tranvía se dirige hacia el rascacielos que está al lado de nuestro apartamento, encima de nuestro supermercado, donde de nuevo casualmente tenemos que ir a comprar la comida de hoy.
Qué pensáis, ¿subimos?
Pues claro que sí...
Y después de comer os podemos asegurar que no nos quedaron ganas de hacer nada más.
La tarde se fue tornando gris, no por nuestro estado de ánimo, sino por las nubes que amenazaban una tormenta que nos pilló regresando a casa de comprar nuestra cena.
Ay Milán, ¡qué poco me has ofrecido, para tan alta estima en la que te tenía!
Somos unos madrugadores natos y a las 9:30 estamos tomando el metro que nos lleva de nuevo hasta la plaza del Duomo (os recuerdo que teníamos un billete para viajar gratis en transporte público durante 24 horas).
Hay una corta cola para subir en el ascensor hasta los tejados. Y el motivo es que el control de acceso vuelve a ser tan exhaustivo como el de ayer. Pero en apenas 10 minutos conseguimos llegar hasta la puerta del ascensor.
Visitando los tejados del Duomo
Si algo llama la atención del Duomo de Milán son la cantidad de pináculos que lo rodean. Desde abajo se ve que son muchos, pero realmente no se llega a apreciar absolutamente nada más de ellos.
Y por ese motivo merece la pena subir a los tejados: para poder ver de cerca qué esconde cada pináculo, cada gárgola y cada metro de los tejados (vale, quizás me he puesto demasiado poética, no me lo tengáis en cuenta ¿ok?).
La verdad es que hay poco por hacer en Milán (que ya lo dije en el post anterior) así que subir a los tejados de la catedral es una actividad imprescindible no por el tejado sino por la poca oferta de actividades en la ciudad.
Al final tuvimos que hacer más cola para bajar de los tejados (donde estuvimos casi tres cuartos de hora) que para subir.
Y nos llevamos una mayúscula sorpresa cuando resulta que aparecimos en el interior de la catedral (esperábamos salir al exterior y tener que explicar que nos deben dejar entrar para poder acceder a la cripta).
Cripta de San Carlos
Así que ya que estamos dentro, aprovechamos para dar otra vuelta y hacer mejores fotos que ayer. Hoy no hay ningún acceso cortado en la catedral, y las fotos quedan mucho más vistosas.
Descendemos a la cripta por una estrecha escalera, y ahí visitamos, en el sótano, los restos de la antigua iglesia sobre la cual se edificó el Duomo.
Bueno, sí, es interesante, aunque lo que más me gustó fueron las imágenes que adornan las paredes, sobre el proceso de restauración y descubrimiento de dichas ruinas.
Como nos sobra tiempo, está incluido en el precio de la entrada, y con la esperanza de encontrar un baño sin tener que pagar, salimos de la catedral y nos acercamos al museo del Duomo, que se encuentra en el lateral derecho de la catedral.
Museo del Duomo
A ver. Sí, es interesante. Pero en su interior lo único que se puede encontrar (lo cual además es lógico) es arte sacro, además de una maqueta tamaño gigante del Duomo en madera.
Y baños. Mira, de algo sirvió entrar.
Canales en Milán: barrio del Navigli
Como son las 12 y no se nos ocurre mucho más que hacer, proponemos acercarnos en metro al barrio del Navigli.
El navigli, con sus dos canales y una dársena, fue el puerto fluvial más importante de Italia en el siglo XIX.
Son canales artificiales, cuya construcción comenzó en el siglo XIV y en cuyo diseño participaron grandes constructores del renacimiento (como Leonardo Da Vinci). Además estos canales se usaron para transportar las enormes piezas de mármol necesarias para poder construir el Duomo.
En fin, que el navigli es una auténtica obra de ingeniería que actualmente no está en uso, pero bien merece la pena un paseo.
Además, caminando por la orilla de uno de los canales, vemos un tranvía antiguo, pero todo decorado por fuera.
Y se nos antoja subir en uno.
Casualmente (aunque poco creo en las casualidades... las cosas son como tienen que ser) hay una parada de tranvía en la que vemos que el tranvía se dirige hacia el rascacielos que está al lado de nuestro apartamento, encima de nuestro supermercado, donde de nuevo casualmente tenemos que ir a comprar la comida de hoy.
Qué pensáis, ¿subimos?
Pues claro que sí...
Y después de comer os podemos asegurar que no nos quedaron ganas de hacer nada más.
La tarde se fue tornando gris, no por nuestro estado de ánimo, sino por las nubes que amenazaban una tormenta que nos pilló regresando a casa de comprar nuestra cena.
Ay Milán, ¡qué poco me has ofrecido, para tan alta estima en la que te tenía!
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